Historia: El castillo de Peña
Aguilera, conocido en la localidad a la que pertenece –Ventas con Peña
Aguilera—como la Torre de los Moros, es una pequeña fortaleza bastante
antigua levantada en las estribaciones septentrionales de los Montes de Toledo,
en las proximidades del antiguo camino del puerto de Alhover (del Olmo en
romance), hoy conocido como el Milagro.
Al igual que
otras muchas fortalezas a lo largo y ancho de la geografía hispana, los datos
históricos que disponemos sobre ella son bastante escasos, de tal manera que es
necesario apoyarse en la historia general de la zona para hipotetizar una
posible fecha de fundación del castillo, en todo caso siempre rebatible a la
luz de nuevos descubrimientos ya sea de carácter arqueológico o documental.
Vista general de las estructuras conservadas del castillos de Peña Aguilera.
El ya mencionado camino del puerto de Alhover –Portum
Alfoure en la lengua latina de los textos medievales-- es una de las dos rutas
que, procedentes del meridion peninsular, atravesaban los montes de Toledo
poniendo en contacto la comarca toledana con la ciudadrealeña, a la sazón
tierra de nadie durante varios siglos. Aunque ya existía en época romana tal y
como atestiguan los restos de dos calzadas localizados en el término municipal
de Ventas con Peña Aguilera, no debió ser nunca una ruta muy usada en razón de
su estrechez y fragosidad; inconvenientes éstos que aconsejarían vivamente el
empleo de la otra vía mencionada –la del Puerto de los Yébenes—todavía hoy de
más cómodo trayecto cuanto más en el lejano pasado clásico. Apoyando este
argumento podemos citar los abundantes restos romanos encontrados a lo largo de
las diferentes etapas de esta última ruta, donde a la postre no habrían de
faltar asentamientos de considerable importancia tales como la gran Mansio
Consabura –la actual Consuegra--.
Ciertamente no existe razón alguna que lleve a
considerar la posibilidad de un cambio en la situación caminera de la zona –con
sus lógicas consecuencias en cuanto al desarrollo demográfico y económico de
ésta—durante los primeros siglos de la Edad Media. En consecuencia el Portum
Alfoure –citado en 921 en la obra de Al–Istajri, Kitab al-masalik
wa-l-mamalik-- debió continuar siendo una vía secundaria de acceso al alfoz
toledano, muy poco poblada como el resto de la zona montuaria así como carente
de fortificaciones durante todo el periodo califal –por innecesarias-- aunque
un poco mejor dotada a posteriori con la construcción del castillo de Alhover,
en la vertiente meridional del paso, probablemente por manos taifales y con el
objetivo de guardar ese flanco del reino toledano de las apetencias de sus
vecinos. En cuanto a la posibilidad de que también se construyera por entonces
el actual castillo de Peña Aguilera –o al menos una obra anterior-- se
comprueba su escasa verosimilitud dado el hecho de que en aquella época de
despoblación de los montes de Toledo con su consecuente ausencia de alquerías
fortificadas, sólo hubiera tenido sentido una fortaleza en ese punto como
defensa contra el enemigo del Sur y nunca del norte, dada la imposibilidad de
que llegaran hasta allí las algaradas cristianas. Por otro lado, la escasa
entidad que siempre debió tener la fortaleza de Alhover así como lo poco
frecuentado del camino que vigilaba –al fin y al cabo los del reino de Badajoz
solían entrar en el de Toledo por Talavera y los de Sevilla por Calatrava la
Vieja-- por no hablar de su tipología constructiva, no parecen apoyar
precisamente la hipótesis de su origen taifa como cierre “de reserva” del paso
de los montes frente a las agresiones de los musulmanes vecinos.
Torre
principal del Castillo de Peña Aguilera.
Como la mayoría de las fortalezas del extinto reino
de Toledo, Alhover pasaría a manos cristianas en 1085 tal y como refleja cierto
documento de cesión firmado por Alfonso VII en 1146 orientado a la repoblación
de la comarca, seguramente aún más desierta que en época musulmana a raíz de la
brutal ofensiva almorávide. Adicionalmente, este espíritu de colonización de la
ladera sur del puerto fue correspondido en buena lógica con otro similar en la
norte, si cabe más acusado y que aparece documentado en una nueva cesión
alfonsí de 1155 por la cual 25 nuevos pobladores vinieron a asentarse en la
zona que hoy ocupan las villas de Pulgar, Cuerva y Ventas con Peña Aguilera.
Estamos pues en la segunda mitad del siglo XII, momento en el cual se
construyen algunas de las fortalezas de los Montes de Toledo, como es natural
no lejanas a Peña Aguilera. De hecho no sería descabellado ubicar la erección
de la Torre de los Moros en este momento de la historia sino fuera por
que ningún supuesto castillo del siglo XII aparece citado en las crónicas al
referirse a las devastaciones provocadas por el Califa almohade Ya´qub al-Mansur en su campaña de 1196, tras derrocar a Alfonso
VIII en Alarcos, cuando regresara a Andalucía por el puerto de Alhover y
expugnara Piedrabuena. Parece razonable suponer que de haber encontrado el
Miramamolín resistencia en Peña Aguilera --o al menos una fortificación
mínimamente importante que arrasar aún estando abandonada—la habría eliminado y
así se habría visto reflejado en los escritos como en los casos de Olmos,
Maqueda, etc. En cualquier caso, la escasa entidad del castillo de Peña
Aguilera –evidente al estudiar los restos conservados—es suficiente razón para
considerar también la posibilidad de que fuera olvidado a la hora de enumerar
los lugares devastados por los norteafricanos, poniendo así en tela de juicio
esta última hipótesis y dejando un cierto margen de probabilidad a la data del
siglo XII como momento de construcción de la fortaleza --o al menos de la torre
principal de ella, aparentemente de cronología anterior a su recinto externo y
similar a otras obras cristianas del siglo XII, amen de lo suficientemente débil
sin su cerca como para ser ignorada por las crónicas fuera o no expugnada por
los almohades--.
Independientemente de que
existiera o no el castillo –o sólo su torre-- hacia el cambio de siglo, lo
cierto es que el asentamiento de Peña Aguilera no habría de cuajar como puebla,
probablemente debido a su inmediatez al peligroso puerto de Alhover, inseguro
hasta la definitiva destrucción del poder almohade en tiempos de Fernando III.
Así lo indican de hecho tanto un primer documento mozárabe de 1219 en que la
zona donde hubiera debido estar Peña Aguilera de haber prosperado es citada
como una alquería vendida por Pero Gelabert, canónigo de la catedral toledana,
al también canónigo de dicha institución Alfonso Meléndez como coto de caza de
conejos –lo que evidencia su poca densidad de población—como un segundo de 1226
en que ya con su nombre de Peña Aguilera es vendida por el rey Fernando III al
mismo canónigo la dehesa entera –ya ni alquería siquiera—con su castillo
incluido. Este último dato es de gran importancia para la historia de nuestro
castillo ya que sitúa un límite superior en su fecha de construcción, sin duda
ya con todas sus estructuras al ser considerado como tal. Ahora, si lo que se desea es concretar un poco más
esta fecha, resulta necesario adentrarse de nuevo en el terreno de la hipótesis
ante la falta de datos escritos. Así, la opción más probable de los posibles,
basada a la sazón en la ausencia de referencias al castillo en el documento de
1219, pasaría por situar la fecha exacta de edificación –ya bien de la obra
entera, ya bien de la cerca externa en el caso de considerar la torre como ya
erigida-- entre 1219 y 1225. Esta posibilidad encajaría además dentro de las
restricciones impuestas por la fecha de fortificación última del castillo de
Alhover –a partir de entonces llamado del Milagro—ordenada por el Arzobispo Don
Rodrigo Jiménez de Rada y que se llevó a cabo entre 1213-14, consiguiendo no
sin alguna dificultad cerrar esta vía de acceso a Castilla desde Al-Andalus. En
efecto es más lógico considerar la fundación de la fortaleza de Peña Aguilera
cuando la del Milagro –más importante en razón a su posición estratégica—ya
estaba terminada, actuando entonces Peña Aguilera como atalaya de vigilancia y
bastión de retaguardia del castillo principal y no antes, cuando en realidad de
poco podía servir dada sus pobres cualidades defensivas ante un enemigo
mínimamente poderoso tal y como, de haber existido antes de 1214 lo cual no me
parece probable, debió suceder en 1213 cuando la última algarada almohade en
tierras de Toledo –llegada hasta allí por Alhover--, episodio éste registrado
en los Anales Toledanos I sin que se haga la menor referencia al castillo de
Peña Aguilera.
Primera planta del castillo.
En buen estado relativo.
La postrer “refundación”
de Peña Aguilera debió suceder no mucho después de la venta de 1226, toda vez
que en el documento de venta al Concejo de Toledo de la comarca de los Montes
toledanos por Fernando III –quien no mucho antes había obtenido vía intercambio
la posesión de la zona de manos de Jiménez de Rada—con fecha 4 de Enero de 1246
aparece mencionada “Peña Aguilera con su dehesa”, cita ésta que
aún con cierta ambigüedad parece apuntar a la existencia por entonces de alguna
aldea más o menos pequeña que incluyera dentro de su término la aludida dehesa.
Esta vigorización de la zona no es en absoluto ilógica, habida cuenta de que
con la desaparición del peligro musulmán Peña Aguilera debió quedar como nudo
de los distintos caminos que, procedentes de buena parte del alfoz toledano,
convergían ahí para pasar fundidos en uno solo la barrera montuaria por Alhover
–vía ésta por la que llegaron a circular carretas en el sigo XV, lo que habla
bastante bien de su vitalidad--. Prueba de esta condición de encrucijada, como
siempre fuente de vida y prosperidad para cualquier asentimiento que a su
amparo se cree, es el acusado sabor caminero que aún hoy se aprecia en la
toponimia de la zona: Fuente de la Senda, Cañada de Merinas...
Primera planta del castillo.
En buen estado relativo.
Al amparo de su modesto castillo, el
poblado de Peña Aguilera sobreviviría por espacio de doscientos años más o
menos al fin de los cuales se
despoblaría por completo en beneficio de un nuevo asentamiento localizado en
derredor de dos ventas erigidas en el camino del puerto a un kilómetro y medio
de Peña Aguilera y que no es otro que el pueblo actual, de clarificador nombre:
Ventas con Peña Aguilera. Según la Relación a Felipe II este traslado
--más que abandono puro y duro del asentamiento anterior-- se produjo hacia
1420, fecha en que una carta-puebla del Rey Juan II autorizaba a poblar Peña Aguilera
–se supone que la nueva villa de Ventas con Peña Aguilera, durante bastante
tiempo llamada Peña Aguilera a secas tal y como por ejemplo enuncia la citada Relación--.
El destino del castillo de Peña Aguilera
en los siglos finales del medioevo puede calificarse de poco glorioso. Mejor o
peor mantenido probablemente durante el tiempo que tuvo puebla aledaña, su ya
nula utilidad militar debió provocar su abandono al producirse el anterior
traslado. De hecho ya en 1576 la Relación nos lo muestra como una
fortaleza medio caída y que “no se habita ni jamás se ha habitado dende que
se acuerdan acá” amén de que se le asigna el habitual origen islámico
propio de todas las fortificaciones rurales olvidadas en el tiempo. En cuanto a
la posibilidad de que sirviera alguna vez como cuartel de alguna cuadrilla de
la Hermandad Vieja de Castilla, parece realmente una opción muy improbable dada
la existencia en 1576 de una casa fuerte en la nueva villa de Ventas con Peña
Aguilera destinada a éste menester y que, si no era la original, habría tenido
precursoras dado el hecho de que históricamente era Ventas con Peña Aguilera él
único lugar existente cuando la fundación de la Hermandad en el siglo XV así
como de que no resulta muy lógico el uso de un castillo antiguo y decrépito
como calabozo cuando sin duda era mucho más práctico para ello el empleo de una
casa fuerte dentro del propio pueblo. Hoy en día los restos del castillo
pertenecen al Patrimonio del Estado aunque no así la finca circundante, en
manos privadas. Es de destacar que siguen tan abandonados como en 1576, lo cual
en el fondo quizás sea lo mejor para unos muros como los suyos: eternamente
dormidos y cuyo sueño no parece piadoso molestar con modernidades.
Puerta de acceso a la torre
del castillo.
Estructura Arquitectónica: La pequeña
fortaleza de Peña Aguilera se alza en la estrecha cumbre de un cerro rocoso, no
especialmente indicado para la defensa tanto por su escasa altitud como por la
suave pendiente de sus ladera meridional, lugar por donde no resulta difícil
llegar hasta dicha cumbre.
Como tantas fortificaciones rurales de
los siglos XII y XIII exhibe la habitual distribución de recinto interno
principal más muralla externa, todo ello bastante simplificado en este caso.
Saetera
sobre la puerta y resto de ladrillo en la bóveda
Así, el recinto interno se trata de una
torre de planta casi cuadrada –siete metros por nueve-- y muros de aproximadamente un metro setenta
de espesor situada más o menos en el centro geométrico de la fortaleza. Hueca
al interior, contó con tres plantas más una probable terraza defensiva no
conservada al igual que la mayor parte de la tercera planta. En cuanto a las
plantas primera y segunda, se cubrían con sendas bóvedas de cañón de arcaico
aspecto labradas en mampostería, de las cuales se ha conservado aceptablemente
la de la planta inferior y sólo el arranque en la intermedia, donde por cierto
aparte de la piedra se empleó también algo de ladrillo en su erección. Por su
parte, la cubierta de la tercera planta debió realizarse con viguería de madera
toda vez que no se advierten vestigios de una tercera bóveda de cañón en los
pobres restos que quedan de esta planta y
sí una suerte de mechinal cuadrado, destinado quizás a alojar una de las
vigas de madera que conformaran el forjado de la terraza defensiva.
Aunque hoy en
día existe un acceso en la planta baja del edificio, de forma cuadrada y tosco
aspecto, no parecería muy razonable catalogarlo como la puerta de entrada a la
torre --más bien sería la típica entrada
practicada mucho después a fin de permitir el uso de la torre como almacén,
establo y demás-- sino fuera por los
sillares más o menos labrados que se aprecian en su intradós y que parecen
informar efectivamente de la presencia de un vano en ese punto. Por otro lado,
no se aprecia ninguna entrada en alto –algo muy frecuente en la fortificación
medieval-- a excepción quizás de un gran boquete situado en las esquina
suroccidental a la altura de la segunda planta y que otrora pudiera ser una
puerta en altura excéntricamente emplazada. Sea como sea, me inclino a pensar
que la entrada estaba en la planta baja, cuyo vano aparece tan dañado quizás
por habérsele sustraído los sillares de su extradós tras el abandono de la
torre –lo que evidentemente no se atrevieron a hacer en el intradós dado el
grave riesgo de derrumbe de la estructura que tal latrocinio conllevaba--.
Bastión o Torre-puerta de
entrada a la cerca del castillo.
Dado lo
relativamente reducido del espesor de sus muros, no muy adecuados para alojar
una escalera de piedra en su seno, la comunicación entre las tres plantas de la
torre y con su terraza debió hacerse vía escaleras de mano a través de
determinados orificios practicados en las dos bóvedas de cañón y en la de
madera. Ya hacia el exterior, la torre recibía la luz a través de la pequeña ventana
sita en su fachada occidental así como por medio de una vulgar saetera, ésta
vez labrada en la fachada meridional con el evidente objetivo de proteger la
entrada.
Merece la
pena destacar además la forma curva de sus cuatro esquinas: elemento de
ascendencia cristiana ya visto –con gran semejanza por cierto-- en el cercano
castillo de Dos Hermanas –Navahermosa—y que por sí solo permite afirmar con
cierto margen de seguridad la factura cristiana de la torre.
Centrándonos ahora en el recinto externo
–casi con toda seguridad segundo y último al no apreciarse restos de
antebarrera alguna ni tan siquiera lugar donde ubicarla—es menester apuntar su
mal estado, hasta el punto de no quedar de él más que el bastión de entrada a
la liza –muy estrecha por imposición de la severa geometría del cerro—y un
breve pedazo de cortina a él aneja. Sin embargo su estudio es de vital
importancia toda vez que no hace falta echar más que un somero vistazo a su
fábrica para notar que no parece contemporáneo de la torre principal del
castillo. En efecto, a su imagen de sólida reciedumbre, totalmente privada de
la esbeltez de dicha torre, se le debe añadir la pobre apariencia de su
aparejo, muy desigual en el tamaño y forma de sus mampuestos al contrario que
los de la torre, bien ordenados en hileras y todos de parecido tamaño –al menos
en lo que se refiere en su aparejo externo—.
Vista posterior del bastión.
Fragmento del muro de la cerca.
Por otro lado
llama bastante la atención la abundancia de mortero de cal empleado en la unión
de los aparejos del bastión de entrada, donde ni siquiera faltan generosos
yagueados, nuevamente al contrario que en la torre cercana, lugar en el que
dicho mortero es mucho más escaso hasta el punto de no apreciarse con claridad
en superficie –de lejos se diría que la torre se hizo “en seco”--. Como es
lógico esta diferencia de técnica constructiva, a la sazón basada en la
diferente calidad de las argamasas, mucho más rica en arena en el caso del
bastión, conlleva una diferencia temporal en la ejecución de ambas estructuras,
evidentemente levantadas en dos momentos distintos aunque no necesariamente muy
separados en el tiempo. Si además establecemos paralelismos con fortificaciones
de distintas épocas y sus materiales constructivos, algunas no lejanas como la
torre Tolanca de Sonseca, no es difícil concluir que la torre principal del
castillo es más antigua que el bastión de su cerca, a la postre edificado en un
aparejo normalmente de adscripción más tardía que el aparentemente “en seco” de
la torre.
En cuanto a las características del
bastión en cuestión, podemos describirlo como una torre-puerta de planta
rectangular, hueca y abierta por arriba, dotada con dos puertas sucesivas –en
un tiempo arcos de medio punto-- que había que superar antes de penetrar en la liza. La bondad de
esta disposición radica en que fuerza al enemigo a amontonarse en el reducido
espacio comprendido entre dichos vanos, lugar desde donde podía ser batido a placer
por los soldados situados en el adarve de la torre a lo largo de todo su
perímetro rectangular.
Tumba antropomorfa, excavada
en la roca, perteneciente a los antiguos habitantes de la puebla de Peña
Aguilera.
Anejo a la fachada interna de este
bastión –la “gola” que se diría después—encontramos el único resto
superviviente de la muralla que un día rodeara la torre principal del castillo.
Se trata de un breve fragmento casi perdido, confeccionado en el mismo material
que el bastión y partícipe por tanto de su inferior calidad respecto al de la
torre, detalle éste que habrían de emplear los siglos para, aprovechándose de
la inferior solidez de los lienzos de la cerca respecto a su torre-puerta,
derrumbarla prácticamente en su totalidad.
Por último, aunque no pertenezcan a las
estructuras del castillo, son destacables las tumbas antropomorfas, excavadas
en la roca, existentes en la llanura que hay al pie del castillo y que un día
fueron la última morada de los pobladores de Peña Aguilera. Su adscripción
cronológica más probable es la centuria que va desde 1250 a 1350, época
estimada como de mayor esplendor de la ya extinta puebla.
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