lunes, 23 de diciembre de 2013

La puebla nazarí de Balafiq (Velefique, Almería) y su recinto amurallado.

Por este nombre se conocen los restos de la cerca que protegía el hisn musulmán de Balafiq (localizados junto a la actual Velefique, provincia de Almería), nombre procedente del latin Vallis faci que quiere decir el valle de la Higuera.

Vista general del recinto amurallado de la antigua puebla Nazarí de Balafiq. Fotografía tomada desde el cerrete contiguo donde pervive, peor que mejor, el antiguo camino que hasta sus muros conducía.

El lugar se encuentra plenamente desarrollado en el siglo XII cuando aparece citado en el Nuzhat almustaq fi ijtiraq al-afaq (Diversión de aquel que tenga el deseo de recorrer el mundo), uno de los mejores libros de geografía de la Edad Media, concluido por el sabio ceutí al-Idrisi en 1154. Balafiq es presentado como un hisn localizado en la cora de Almería, a una jornada de ésta. Lo más probable es que no fuera un lugar de reciente fundación sino bastante antiguo. Factores como su nombre de origen latino o la estratégica posición en plena sierra de los Filabres guardando la cabecera de uno de los valles que bajan hacia el campo de Tabernas desde donde se podía acceder directamente a la capital almeriense (o a Bayyana para el caso), permiten asignarle una cronología mínima emiral, allá por los siglos IX-X si es que no estaba habitado ya cuando la invasión musulmana.

El recinto fortificado cuyas ruinas pueden verse en la actualidad fue construido en la segunda mitad del siglo XII por Abu Ishaq Ibrahim, natural de la propia Velefique y que según las fuentes musulmanas edificó hasta veinte fortalezas, entre murallas y torres de alquería, con sus mezquitas a lo largo y ancho de la sierra de los Filabres. La tipología de la fortificación no desmiente esta aseveración.

Lienzo torreado en el frente septentrional del castillo de Velefique.

Hoy en día sólo se conserva el lado de la muralla que da al norte, lo que no resulta de extrañar ya que al ser éste el único flanco fácilmente accesible del cerro en que se encuentra la fortaleza es normal que allí se concentraran las defensas artificiales. De hecho, lo más probable es que el resto del perímetro amurallado fuera de mucha menos entidad, lo que unido a su más que probable escasa entidad constructiva haya provocado su temprana canibalización.

El frente septentrional antes citado es un largo lienzo rectilíneo flanqueado cada pocos metros por torres cuadradas no demasiado proyectadas hacia el exterior. En su ejecución se empleó un mampuesto no mal escogido aunque sin desbastar aglomerado con una argamasa de barro más o menos pobre, responsable última del deficiente estado de construcción en que se encuentran estos restos. Algunas torres eran huecas, otras parecen hoy macizas si bien podría ser que el relleno fuera fruto del derrumbe de los paramentos superiores y no del deseo de sus constructores.

Lienzo septentrional. Bastante deteriorado, como se ve.

En el sector noroccidental de la cumbre de cerro, aprovechando una ligera elevación que allí se encuentra, podemos distinguir los restos del núcleo principal de la fortificación, habitual complemento de la cerca ciudadana en el mundo musulmán y en el de los husun rurales en particular. En él se encuentran los cimientos de una torre de tapial y también dos hermosos aljibes de gran tamaño, bastante bien conservados. Aunque estas obras pudieran ser por su tipología obras almohades, yo me inclino a calificarlas de nazaríes dada la presencia de dos soberbios arcos fajones en cada uno de los aljibes, encargados de asegurar el sostenimiento de las bóvedas de medio cañón que los cubren, todavía en pie aunque dañadas. En tal caso deberemos datarlas en los siglos XIV-XV, si bien lo más probable es que en ese mismo lugar se haya alzado siempre la fortificación principal del hisn, quizás incluso el castillete primigenio que dio lugar al asentamiento.

Torre cuadrangular hueca del lienzo septentrional.

El interior del recinto amurallado se encuentra plagado de restos de edificaciones, en su inmensa mayoría viviendas y talleres de humilde factura. Son los restos de la Velefique musulmana, ganada por los castellanos en 1488 mediante capitulación. Sabemos gracias a al-Maqqari que a raíz de la conquista de la sierra de los Filabres, los cristianos intentaron que la población musulmana de la comarca se convirtiera a la fe de Cristo. El éxito, bastante reducido en esta parte del reino de Granada, fue especialmente insignificante en esta plaza de Balafiq. En consecuencia los cristianos, recelando de que los andalusíes siguieran viviendo en una plaza tan fácil de defender, obligaron a sus moradores a evacuarla, dispersándolos por doquier. No fue aquél un desalojo fácil si hemos de creer a al-Maqqari, pues se produjeron muertes entre los desesperados balafiqueños que se resistían a abandonar el solar de sus ancestros. Así mismo muchos fueron hechos cautivos, posiblemente por mostrarse abiertamente rebeldes.

Torre de tapial de cronología nazarí. Zona alta.

Repoblada la plaza posteriormente, se supone que por colonos cristianos, no se quiso regresar al emplazamiento en lo alto del cerro, tan seguro como inhóspito. Quedó así abandonada la antigua puebla de Balafiq, empezaba la historia de Velefique...

Aljibes nazaríes del recinto amurallado de Velefique.

lunes, 11 de noviembre de 2013

La Ciudad de Calatalifa. Una fundación andalusí temprana.

Historia. La primera referencia escrita relativa al asentamiento islámico de Calatalifa, en la orilla oriental del río Guadarrama, se debe a Ibn Hayyan y a su obra Muqtabas V –conjunto de crónicas sobre Abderramán III—remontándose el dato al año 939 cuando el primer Califa cordobés, el gran Abderramán III, pasara por allí camino de una aceifa hacia Simancas y fuera sorprendido por un eclipse de sol. Impresionado por lo que él consideró un augurio, el omeya ordenó la fundación de Qal´at Jalifa –traducido como Castillo del Califa—informándonos así mismo la crónica del levantamiento al año siguiente de una serie de importantes fortificaciones y el envío de una guarnición con su correspondiente caid como responsable del poblamiento y la defensa de la zona--. Complementando las anteriores referencias islámicas –quizás en exceso cargadas del sabor de la leyenda-- las recientes excavaciones realizadas en el yacimiento informan de niveles de habitación correspondientes a los años finales del siglo IX o principios del X, lo cual supone la existencia de un asentamiento previo a la fundación califal si bien posiblemente de escasa entidad y sin defensas –detalle éste que permitiría todavía ciertos visos de verosimilitud a la leyenda de la fundación de Calatalifa--. 

Frente oriental  de la esquina SE de la muralla de Calatalifa. Lienzo de Cortina.

Apartando ahora las explicaciones mitológicas, resulta no obstante muy sencillo señalar la importancia estratégica de la nueva ciudad de Calatalifa, toda vez que hacía las veces de puesto avanzado musulmán en el camino que, siguiendo el curso del río Guadarrama, llevaba de Toledo a las comarcas cristianas de Ávila y Segovia y por el cual no eran raras las penetraciones de las algaradas norteñas. 

Conquistada Calatalifa, probablemente a raíz de la capitulación de la capital toledana en 1085, será adscrita al Arzobispado de Toledo, del cual pasará al de Segovia en 1161 al ser el lugar a la sazón el punto por donde pasaba la frontera entre ambos arzobispados con los consiguientes roces y recortes de territorio entre ambas instituciones eclesiásticas. Con todo, debía ser un lugar poco poblado toda vez que la primera referencia tras la conquista es del año 1118 –donde figura como lugar de medianedo, adherido en ese fecha al Fuero de Toledo junto a los lugares de Alamín, Madrid y Talamanca de Jarama--, no existiendo dato alguno que permita asegurar el paso por ella de las incursiones almorávides ni de las almohades de la centuria siguiente.

Sector Occidental del cerro donde se hallaba la alcazaba de Calatalifa.

Cada vez más centrado, con el paso de los años, el grueso del tránsito entre el Reino de Toledo y las tierras castellanas del norte por la vía Illescas-Madrid-Valle del Jarama-Henares y puerto de Somosierra en detrimento de la ruta del Guadarrama y el Puerto de los Leones –nunca muy empleada en el Medioevo—así como ciertamente lejana ya la frontera con el enemigo musulmán, Calatalifa se iría despoblando de forma progresiva hasta el punto de que en 1270 el Concejo de Segovia la entrega al Notario Real Don García Martín para que la repueble con fuero segoviano. Las excavaciones han demostrado fehacientemente este hecho al constatar un progresivo empobrecimiento de los materiales halladas a medida que se avanza en su cronología así como la utilización como cementerio en época más reciente de una parte de la ciudad antes habitada. En cualquier caso parece claro que Calatalifa nunca fue un lugar muy poblado en época cristiana toda vez que el 90 % del material cerámico encontrado corresponde a una cronología islámica.

Aljibe mayor de Calatalifa. Zona O del cerro. Alcazaba.

No obstante, este postrer intento de reanimación de la puebla –enclavada en un lugar periférico en relación a las principales vías comerciales de la época así como rodeada de tierras más bien áridas—no tendría éxito, de manera que Calatalifa fue abandonada para siempre poco después –finales del siglo XIII--. Comenzaría así un largo periodo de sueño para los cada vez más arruinados restos, desaparecidos durante siglos y vueltos parcialmente a la luz merced a las citadas excavaciones de los últimos veinte años.

Estructura Arquitectónica. Los escasos restos supervivientes de la que fuera ciudad-fortaleza islámica de Calatalifa se hallan en la cumbre de un cerrete de considerable superficie, bastante más amplia que las de los mismos que le rodean, y fuerte pendiente hacia el lado del río Guadarrama –en cuya orilla oriental se alzan—si bien fácilmente accesible por el extremo opuesto, esto es desde el Sur y el Este, dada su baja altura y casi nula fragosidad.

Aljibe menor de Calatalifa. Zona E del cerro. La ciudad en sí.

Como es natural a tenor de lo anteriormente expuesto, las mayores fortificaciones de Calatalifa fueron dispuestas en sus lados meridional y oriental, los más vulnerables, sectores a la sazón donde se han encontrado restos de murallas. El extremo del río debió carecer probablemente de cualquier otra defensa más allá de algún muro corrido, a buen seguro sin torres amén de ejecutado en algún material de pobre factura que no ha soportado el paso del tiempo.

En cuanto a la división interna de la antigua ciudad califal, existen algunos indicios que permiten apuntar a la típica distribución dual musulmana consistente en la puebla civil por un lado y una ciudadela/alcazaba político-militar por otro, normalmente más o menos aislada de la primera. Así parece señalarlo, en efecto, la presencia de dos aljibes en el cerro de Calatalifa: uno de menor tamaño hacia la parte occidental del cerro y otro mayor en el extremo oriental. Si además consideramos que la citada parte oriental es al menos el triple de grande que la occidental amen de situada a una cota ligeramente más baja y que ambas partes se encuentran separadas por un suave vaguada quizás en tiempos más marcada –artificialmente—resulta del todo plausible la posibilidad de que el sector oriental del cerro albergara las casas de la ciudad propiamente dicha mientras que el occidental hiciera propio con la alcazaba o recinto militar y de gobierno de la ciudad, provista a la sazón de su propio aljibe y mejor dotado para la defensa que el civil al dar al río por dos de sus lados. 

     Revoco impermeabilizador llamado almagra. Orificios de entrada de agua en la base del aljibe

Entrando a continuación en la descripción de los restos conservados de las estructuras de la ciudad hispanomusulmana –luego cristiana—merece la pena destacar, por su monumentalidad, los del aljibe mayor anteriormente citados  y que se hallan en el extremo suroccidental del cerro de Calatalifa. 

Ejecutado en ladrillo con pobres restos de revoco impermeabilizador, queda de él un muro con un contrafuerte en el cual se aloja el arranque de un arco redondo –ligeramente de herradura-- dispuesto en orden de dividir el aljibe en dos cámaras. Su ubicación actual, colgando literalmente de la ladera del cerro a unos cuantos metros de altura, evidencia que el antiguo recinto de la ciudad se extendía unos metros más hacia la orilla del río, habiéndose venido abajo posteriormente por efecto de la erosión sin duda cuando la ciudad ya estaba deshabitada. Este detalle, aparte de poner en peligro día tras día la conservación de estos restos del aljibe nos indica también la desaparición total de las estructuras defensivas con que un día hubiera podido contar por ese lado la ciudad de Calatalifa.

          Vértice SE de la muralla excavada.          Frente de la Torre rectangular aneja al vértice SE 

Por su parte, más o menos hacia el centro geométrico del sector oriental del cerro, como se dijo el que un día ocupara la puebla, se halla un segundo aljibe de dimensiones bastante menores que el anterior aunque ejecutado también por entero en ladrillo. 

De planta rectangular, se cubría con una bóveda aproximadamente redonda –conservada sólo en parte-- verificada merced a la intersección de dos bovedillas anexas curvilíneas. Al interior aparece revestido de almagra –mortero impermeabilizante—encontrándose también dos orificios en la parte inferior de una de sus esquinas sin duda relacionados con las vía de entrada de agua al aljibe.

Basamento con zarpa o escalonamiento. Sillares.    Hiladas de ladrillos sobre mampostería inferior.

Por fin, como únicos elementos de fortificación propiamente dichos, las recientes excavaciones han exhumado la cimentación del vértice suroriental de la que fuera muralla de Calatalifa. Así, se trata de la misma esquina Sureste la cual tuerce en ángulo recto desde el frente Sur hacia el Norte dando lugar al flanco oriental del recinto amurallado, en el cual aparece, transcurrido un par de metros de cortina –de  un metro y medio de espesor aproximadamente--, la planta de una torre rectangular de escaso saliente y maciza: típicamente califal en definitiva.

Estos restos se encuentran verificados en una tosca mampostería ligada con argamasa de cal de buena calidad hasta unos ochenta centímetros de altura. A partir de ahí se localizan dos hiladas de ladrillo como único paramento preservado. Destaca también la zarpa o escalonamiento en que se apoyan estos muros, muy sólida en verdad, y que en el punto mismo del vértice Sureste luce dos grandes sillares cúbicos como refuerzo. 

martes, 15 de octubre de 2013

La fortaleza de Gormaz. Mil años guardando una frontera.

Para visitarla debemos desplazarnos hasta la pequeña localidad de Gormaz, en los confines occidentales de la provincia de Soria, a diez kilómetros escasos del Burgo de Osma, cabeza administrativa de la comarca. Desde luego  el lugar no tiene pérdida ya que la enorme fortaleza es visible desde muchos kilómetros a la redonda; algo natural habida cuenta su emplazamiento en la cumbre de un solitario cerro testigo, erguido a gran altura sobre la llanura soriana, a la que vigila y controla desde hace tanto tiempo.

La arqueología nos dice que el cerro de Gormaz fue habitado por primera vez en la edad del Bronce (segundo milenio a.C.) con continuidad en la edad del Hierro y época romana en forma de castro amurallado, probablemente dependiente de la ciudad arévaca de Uxama Argaela, antecesora del actual Burgo de Osma. Este emplazamiento, aparte de su indiscutible valor defensivo, poseía también un gran valor estratégico ya que custodiaba tanto la cercana corriente del río Duero, allá en su tramo central, como el punto en que se cruzaban la calzada que unía las civitas de Uxama y Ocilis (Medinaceli) y la gran ruta romana que enlazaba Caesaraugusta (Zaragoza) con Astúrica Augusta (Astorga) pasando por una Cantabria que no debemos identificar con la Montaña costera. Esto explica que el lugar siguiera habitado en la Baja Antigüedad y también en época visigoda, algo que sabemos nuevamente gracias al registro arqueológico. 

Vista general de la fortaleza califal de Gormaz contemplada desde el norte.

No parece que la conquista islámica modificara sustancialmente la estructura social del asentamiento de Gormaz (que por cierto ya debía llamarse así, pues se trata de un topónimo antiquísimo, de origen prerromano), al menos en un principio. No en vano la zona debió acoger poca población islámica, bereberes principalmente.

En el año 750 la mayor parte de la submeseta norte es evacuada por las tribus norteafricanas, incapaces de enraizar en una tierra dura y austera, sobre todo en comparación con las fértiles comarcas del sur peninsular, en poder de la facción árabe. Según la historiografía clasica esta coyuntura fue aprovechada por Alfonso I de Asturias para entrar en la región, destruir las pocas tropas musulmanas que le salieron al paso y llevarse consigo toda la población cristiana del valle del Duero –la inmensa mayoría de sus habitantes—. De este modo no sólo consiguió reforzar su bastión norteño con tan formidable inyección demográfica sino que también dispuso una suerte de escudo estratégico entre sus dominios y el al-Ándalus musulmán tradicionalmente conocido como el desierto del Duero, a saber una inmensa extensión de terreno yermo por la que debían pasar forzosamente los ejércitos cordobeses –con lo que ello significaba de dificultad logística—si querían atacar la Asturias cristiana.

Torre-puerta con el famoso arco califal de Gormaz.

Parece ser que la antigua ciudad de Uxama, nombrada Oxoma en tiempos del reino de Toledo, fue uno de los lugares afectados por la maniobra estratégica del primer rey de Asturias. Similar suerte debió correr el asentamiento de Gormaz y todos los demás incluidos en el territorio de la urbe hispanorromana. Durante un siglo y medio sólo el ulular del viento y el deslizar de la vida silvestre rompería el sofocante silencio que acecha en los lugares desiertos.

GORMAZ ENTRA EN LA EDAD MEDIA.

La resonante victoria de Polvoraria (878), obtenida por Alfonso III sobre las huestes del emir Muhammad I, permitió la consolidación de todos los asentamientos cristianos localizados en las tierras llanas al sur de la cordillera cantábrica. Las treguas que entonces se firmaron, por tres años a imposición del rey Alfonso, son las primeras pactadas entre un monarca cristiano y otro andalusí. La trascendencia histórica de este suceso es enorme ya que supone la mayoría de edad del reino de Asturias. A partir de ese momento el país norteño, que ha sido capaz de obligar a al-Ándalus a pedir el cese de las hostilidades, se convierte en un estado soberano con el que el poder musulmán negocia y pacta de igual a igual, al contrario de lo que antes ocurría, cuando en Córdoba se calificaba a los cristianos norteños de rebeldes y primitivos, amparados a la manera de bandidos en la inexpugnabilidad de sus elevadas montañas así como propietarios de una libertad de albedrío basada no en el poder de sus armas sino en la dejadez de los emires cordobeses, perpetuamente empeñados en asuntos más importantes. 

Ni que decir tiene que tanto Muhammad I (852-886) como su descendiente, al-Mundir (866-888) y el sucesor de éste, hijo del anterior, el emir Abd Allah (888-912) intentaron contener al rey cristiano en su determinación de extender los limites del reino de Asturias, organizando regularmente ataques contra Alfonso. Pero lo cierto es que a partir del año 885, fecha en que la rebelión de los hispanos andaluces encabezada por Omar ben Hafsun empieza a alcanzar unas dimensiones verdaderamente graves, no volverían a disponer los emires de los excedentes militares necesarios para derrotar al pujante monarca asturiano.

La alcazaba de Gormaz, donde se aprecia claramente las diferencias de aparejo en la fábrica cristiana.

Por fin, la última década del siglo IX asiste a la materialización de un sueño largamente anhelado por el mundo cristiano español. Aprovechando el clima de desorden generalizado en que se halla sumido al-Ándalus, las tropas alfonsíes se apoderan de los pasos del Duero más importantes, fundando o repoblando plazas que no tardan en ser fortificadas. Nacen así Zamora (893), Simancas (899), Toro y Dueñas, hoy como entonces bañadas por las caudalosas aguas del río Duero. En la zona oriental del reino también se ha avanzado bastante. El hito principal es la fundación de Burgos en 884 por el conde castellano Diego Porcellos, plaza situada ya en plena meseta, lejos de las montañas. También se pueblan Ubierna y Castrogeriz por esta época, si bien esta última debe ser abandonada antes de su conclusión a causa de la presión musulmana.

Reinaba en León Ordoño II cuando el conde castellano Gonzalo Fernández se anima a ensanchar las fronteras meridionales de Castilla hasta la línea del Duero. Estamos en el año 912 y cuatro antiguas ciudades romanas --Clunia, Roa, San Esteban de Gormaz y Uxama-- son repobladas por los colonos norteños, si bien no siempre en el emplazamiento latino. Es el caso de Osma, palabra derivada de Oxoma, que nace como castillo erigido en la cima de una agudo picacho situado enfrente del solar de la antigua Uxama, el cual fuera descartado a causa de las graves dificultades defensivas que presentaba. Aunque esta fortaleza y la de San Esteban de Gormaz serían de ahí en adelante los principales núcleos castellanos en la zona, es muy posible que fuera entonces cuando se construyera la primera fortificación medieval en el cerro de Gormaz. Así debió aconsejarlo su excelente situación estratégica, idónea para controlar la vieja calzada Uxama-Ocilis, elevada a la categoría de vía de acceso a la frontera de al-Ándalus, en este caso representada por  la comarca segontina. Visto esto, no resulta de extrañar la aparición de los primeros roces en este sector de la Marca Media andalusí. Hasta dos grandes incursiones cristianas registran, de hecho, las crónicas: una contra la citada comarca segontina y otra, más profunda, contra la de Guadalajara (año 920). 

Torres de la fortaleza de Gormaz, huecas como se ve, vistas desde el interior de la fortaleza.


En aquel momento gobernaba en al-Ándalus el emir Abd al-Rahman III. Estadista de gran valía, consigue sofocar la terrible rebelión hafsuní en el 928, éxito éste que precipita su proclamación como califa de occidente. Acaba de nacer el célebre Califato de Córdoba. 

Una vez pacificado todo el país, el flamante califa se encuentra con fuerzas suficientes para hacer pagar su osadía a los infieles cristianos. Así, en el año 934 un ejército cordobés es derrotado cerca de Osma. Allí muere el señor de la fortaleza de Gormaz, que será tomada por los musulmanes en 940 y recobrada por los cristianos poco después. Similares cambios de manos sufrirán las plazas de Osma y San Esteban de Gormaz en la que se revela como frontera más candente de su tiempo.

Decidido a ganar la partida, Abd al-Rahman ordena a Ghalib, su general favorito, que repueble y fortifique las ruinas de Madinat Salim, la Ocilis romana, hoy Medinaceli, al objeto de utilizarla como bastión frente a Castilla. Esta medida, materializada en 946, resulta un claro éxito toda vez que facilita a los musulmanes el progresivo dominio de la vieja calzada Uxama-Ocilis, a lo largo de la cual van alzándose puntos fortificados como Bordecorex, Barahona y Berlanga en un proceso de consolidación del predomino andalusí que desemboca en la captura del castillo de Gormaz. La reacción cristiana no se hace esperar: Gormaz es retomada y destruida, evidentemente ante la imposibilidad de sostenerla.

Durante algún tiempo el cerro de Gormaz volvió a estar deshabitado. Ni los cristianos tenían fuerzas para ocuparlo ni los califales terminaban de convencerse de la idoneidad de fortalecerse en una posición situada en la orilla septentrional del río Duero, complicada por tanto de abastecer en caso de peligro. Sin embargo, en el año 965 de nuestra era Ghalib rompe el delicado equilibrio mandando edificar una imponente fortaleza en tan disputado lugar. Se trata de nuestro castillo de Gormaz, que ha llegado hasta nosotros como un mudo testigo de aquellos ruidosos tiempos.

Torre occidental de la fortaleza donde podemos apreciar la potente zarpa escalonada de su base y las tres estelas labradas en el tercio superior, cerca del coronamiento.

Durante decenios la gran fortaleza de Gormaz ostentaría la condición de punta de lanza de al-Ándalus frente a la España cristiana. Ejércitos enteros podían pernoctar entre sus imponentes 1200 metros de perímetro amurallado antes de entrar en territorio enemigo. San Esteban de Gormaz y Osma eran sus rivales naturales, si bien incapaces de amenazar la numerosa guarnición que habitualmente moraba en la que ha sido descrita como la mayor fortaleza europea de su época. 

Una buena prueba del temor que despertaba la poderosa plaza fuerte en el ánimo cristiano es el gran asedio registrado por las crónicas en el año 975. Nada menos que 60.000 hombres, las tropas combinadas de los reinos de Navarra, de León y del Condado de Castilla, a la sazón dirigidas por sus respectivos reyes y conde, pusieron cerco a la guarida de su enemigo en el que era posiblemente el mayor despliegue cristiano realizado hasta la fecha. 

Enterado el sabio Al-Hakam II, segundo califa de Córdoba, del grave peligro que corría tan preciada fortaleza mandó de inmediato una hueste a levantar el asedio, mas la fuerza enemiga era demasiado grande y tuvo que retirarse. Volvió entonces los ojos el anciano Omeya hacia el Magreb africano, lugar en el que se hallaba el famoso general Ghalib combatiendo por su señor contra los ejércitos de la dinastía tunecina de los Fatimíes. En cuestión de un puñado de días ya lo tenía frente a sí en su palacio de Medina Azahara, con la orden de socorrer a los sitiados de Gormaz. Mientras tanto el ejército califal se había ido reuniendo y estaba ya preparado para partir hacia el norte por el camino de Toledo. El sábado 24 de abril de 975 salía de Córdoba la lucida hueste, siendo despedida entre aclamaciones del pueblo y los gestos de orgullo del califa al-Hakam que lo observaba todo desde la azotea del alcázar de la ciudad, acompañado de su hijo Hishem, futuro Hishem II.

Torre de Gormaz por debajo de la cual se puede observar el calzo de apoyo.


Como los vados del Duero estaban en poder de los cristianos y era muy arriesgado intentar forzar el paso con éstos apercibidos, Ghalib hizo levantar su campamento en las inmediaciones del castillo de Barahona, desde donde envió sendos mensajeros hacia el noreste, reclamando la comparecencia de los gobernadores de Zaragoza y Lérida a la cabeza de sus tropas. Comenzaron a pasar los días y el ejército califal se fue engrosando con los muchos combatientes disponibles en aquella zona de al-Ándalus. Pero la situación propicia para el ataque seguía sin llegar y los de Gormaz se encontraban cada vez más apurados. Fue así como el 28 de junio, ante la perspectiva de una pronta capitulación de la fortaleza sino se hacía algo el respecto, el ejército de Córdoba cruzó el río y marchó sobre los norteños. La batalla se saldó con una rotunda victoria musulmana, posiblemente la mayor alcanzada por los ismaelitas sobre los cristianos desde la jornada de Guadalete en el 711. El campamento cristiano fue tomado por los enardecidos andalusíes que capturaron allí un gran botín en armas, caballos y vituallas. Los restos de la hueste cristiana huían en desorden, perseguidos por escuadrones de jinetes ávidos de sangre enemiga. A duras penas lograron escapar de la masacre el conde Garci Fernández de Castilla y el rey Sancho Garcés de Navarra; sus tierras no tuvieron la misma suerte, siendo devastadas por Ghalib y el gobernador de Zaragoza respectivamente. Posteriormente esta batalla sería silenciada en todas las crónicas cristianas. Si la conocemos es por los escritores islámicos, que por otra parte tampoco dudaban en manipular la realidad histórica cuando ésta no les gustaba.

El conde Garci Fernández vengaría parcialmente la pérdida de tantos hombres valientes apoderándose de la enorme fortaleza en un momento indeterminado entre los años 978 y 981. Pero en el 983 Gormaz volvería a dejar de ser cristiana y con ella Osma, San Esteban de Gormaz y todas las plazas fronterizas del condado de Castilla. La hora de Almanzor, el Victorioso, había llegado y los cristianos españoles no volverían a probar las mieles del triunfo en el campo de batalla durante mucho tiempo. Muhammad ibn Abi Amir –este era el nombre completo de al-Mansur— pondría de rodillas a catalanes, leoneses, navarros y castellanos con aterradora eficacia. Barcelona, León, Astorga, Pamplona, Burgos y Santiago de Compostela son sólo los nombres más significativos de entre la inacabable lista de lugares arrasados por el que fuera calificado de “Azote de Dios” y “Sepultado en los infiernos” a su muerte en 1002 según figura en algunos textos cristianos contemporáneos. 

Alberca del recinto principal de la fortaleza de Gormaz. La correcta sillería de sus paramentos es un elocuente testimonio de la calidad de esta construcción.


La recuperación cristiana no daría comienzo hasta la muerte de Almanzor y el inicio del proceso de disgregación del califato que él mismo provocara con su política de concesión de privilegios al componente norteafricano del ejército. Las ciudades quemadas fueron rápidamente reconstruidas y las fortalezas perdidas recuperadas. Así volvieron a control castellano San Esteban y Osma, si bien no Gormaz, firmemente defendida por su guarnición islámica. Habría que esperar hasta 1059 para ver ondear de nuevo la enseña de la cruz en lo alto de las torres de Gormaz, esta vez para siempre. Eran los buenos tiempos de Fernando I, emperador de Castilla y León, cuando las fronteras de la cristiandad hispana avanzaban a costa de los debilitados reinos de Taifas: patético resultado de la atomización sangrienta en que concluyera la brillante historia del Califato de Córdoba.

Durante algún tiempo Gormaz quedaría como plaza fronteriza enfrentada a la musulmana Medinaceli. En el año 1087 es cedida por Alfonso VI al Cid Campeador, desde luego un caballero de probada valía a quien se podía confiar tan crucial baluarte. Finalmente, la conquista de Medinaceli en 1122 conllevaría el paso de la gran fortaleza a una situación de retaguardia, la cual se iría acentuando con el paso de los años. 

Primer plano de las estelas de la torre occidental de la fortaleza de Gormaz.

Hasta el año 1395 Gormaz permanecerá en la órbita de la familia real castellana. Alejado de una vez por todas el peligro sarraceno a raíz de la victoria de las Navas de Tolosa (1212), su gran tamaño se muestra cada vez más como un inconveniente ya que requiere de una enorme guarnición, incompatible con su valor estratégico, por lo demás escaso, para asegurar su defensa. He aquí la causa de que todas las intervenciones cristianas realizadas en la fortaleza durante los siglos bajomedievales se concentren en su sector oriental, el ocupado por la alcazaba califal, al objeto de reforzar este punto fuerte, mucho más fácil y sobre todo económico de defender, en detrimento del resto del perímetro fortificado.

La intensa feudalización que caracteriza los sucesivos reinados de la dinastía Trastámara afectaría también a Gormaz. Su primer señor feudal sería el mayordomo mayor de Enrique III, don Juan Hurtado de Mendoza; después pasaría a otros magnates castellanos como los marqueses de Camarasa. 

Vista del arruinado interior del castillo de San Esteban de Gormaz.

Como tantas otras fortalezas españolas Gormaz no superaría el reto de la Edad Moderna. Castillo puramente medieval, nadie se molestaría en adaptar sus arcaicas estructuras a los requerimientos de la fortificación renacentista, presididos por el temor a la artillería pirobalística. Su ubicación en el corazón de Castilla, muy lejos de las fronteras del reino, ya de España, tampoco ayudó a evitar su abandono final en algún momento del siglo XVI. A pesar de ello la vieja fortaleza seguiría desafiando al tiempo con admirable entereza, soportando sus embates con esa clase de empaque superior propia de las obras emirales y califales. Por este motivo fue escogida por Carlos María Isidro, pretendiente carlista, para refugiarse en ella durante su retirada a Navarra en la Primera Guerra Carlista (año 1837), perseguido por los isabelinos del general Espartero.

DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA.

Más allá de su enorme valor histórico la fortaleza de Gormaz posee un valor arquitectónico y castral extraordinario, que la convierte en el mejor de los escenarios para estudiar los principios básicos de la fortificación altomedieval andalusí.

El castillo de Osma, con su aspecto actual, muy influenciado por las reformas del siglo XIV.

Sus milenarios paramentos constituyen un interesante tratado de edilicia andalusí, sobre todo en lo referente a las diferentes modalidades de aparejos altomedievales, argamasas de cal, técnicas de triple hoja y revestimientos.

Resumiendo mucho, podemos citar la disposición de los sillares que forman su paramento externo, colocados en una alternancia poco regular de sogas y tizones –no son raros los atizonamientos continuos-- así como rejuntados con mortero de cal dada la diferente calidad de su labra. El interior de los muros fue realizado con una mampostería de buena calidad en la que no faltan los mampuestos colocados en “espina de pez”. Técnica derivada del opus spicatum romano, proporciona una estructura muy resistente al incrementar poderosamente la cohesión interna entre aglomerante y árido.

Para incrementar la estabilidad de muros y torres se emplearon las típicas zarpas escalonadas islámicas, con múltiples paralelismos en otras partes de España. También se realizaron calzos de mampostería en las formaciones pétreas más inestables, tan bien hechos que aún se encuentran en perfecto estado.

Atalaya de Uxama, levantada por manos islámicas como centinela de la plaza fuerte de Osma sobre los restos de una casa romana de los siglos I y II d.C. perteneciente a la antigua urbe de Uxama Argaela.

Sin duda alguna el detalle arquitectónico más sobresaliente de la fortaleza de Gormaz es su gran arco de herradura, delimitado por un alfiz o arrabá de tradición islámica. Localizado en el frente meridional, su geometría permite identificarlo como obra califal. Aunque fue restaurado hace varias décadas es básicamente el mismo que erigieran los alarifes musulmanes hace más de mil años. También resultan destacables las tres estelas finamente labradas colocadas a gran altura en su frente occidental y cuyo evidente carácter simbólico ha sido relacionado con una hipotética protección frente a los espíritus de la noche, de ahí que estén ubicados en el lado de la fortaleza por el que se pone el sol.

Desde el punto de vista castellológico Gormaz puede describirse como una gran fortaleza roquera cuyas estructuras se adaptan a la cumbre del cerro en que se asientan. El flanqueo de los muros se lleva a cabo a través de torres rectangulares –unas macizas, otras huecas-- brevemente proyectadas hacia el exterior. Los vanos de acceso debían ser del tipo libre o directo, escoltados por sendos cubos rectangulares o bien en el interior de una alargada torre-puerta: es el caso del arco de herradura antes mencionado. En ambos casos se trata de características típicamente andalusíes.

Paisaje descubierto desde la atalaya de Uxama, antigua línea fronteriza entre cristianos y musulmanes. A lo lejos se divisa la mole del castillo de Osma mientras que al pie de la fotografía sobresale un muro romano perteneciente a la domus mencionada en el pie de foto anterior.

Siguiendo la disposición básica de cualquier hisn andalusí, Gormaz disponía de una alcazaba o sector especialmente fortificado, desde el cual se podía dominar el resto de la muralla y aún aislarse de ella en caso de necesidad. Como dijimos en otro lugar de este artículo la alcazaba de Gormaz se encuentra en su extremo oriental, pudiéndose reconocer en ella las fábricas cristianas de los siglos bajomedievales por su diferente aspecto y materiales de construcción.

Por último comentar que el suministro del agua a la fortaleza en caso de asedio estaba garantizado por un enorme aljibe en el interior de la alcazaba, con capacidad para 100.000 litros de agua, y una alberca rectangular, elegantemente labrada en sillería, localizada en el recinto principal.